Ayer estuve en el gimnasio
y no vuelvo más,
bastante tengo con la dieta…
que horror de verdad.
Lo primero que hice fue correr
para empezar a calentar,
me subí a la cinta
y comencé a andar.
Todo iba bien…si
yo con el bazo medio fuera
y colorada como un tomate,
un minuto anduve
y los otros cuatro
¡Veenga y dale!
Que sudores y que esfuerzos
hay que hacer
para mantener este cuerpo
de mujer diez.
Pero soy una manazas,
pegué un manotazo
al botón de seguridad
e imagínate donde acabé…
agarrada de un chaval
sujetándome de sus pechotes
que eran más grades
que los de Yola Berrocal.
Cuando me incorporo para disculparme
toda digna y asombrada por tal dureza,
noto que mis piernas no son piernas
que son gelatina royal,
pues no era capaz de sostenerme
ni de andar.
Asique el chico de los pechotes
me llevó a las máquina del infierno
una que hace que te duela
hasta lo que ni en sueños.
Yo por más que lo intentaba
no había manera,
no era capaz de levantar
aquello con las piernas.
Eso era peor que ir a cagar
que cuando no te sale
te lías a relinchar.
Aprietas y aprietas
y en este caso,
una pluma se te va.
Miras al espejo como los búhos
pero nadie ha oído na’.
Bien, estas a salvo…
cambias tu cara de culpa
para disimular
y de repente te das cuenta
que has estado haciendo la idiota
como la que más
pues no has cambiado el peso.
Vamos, lo que viene siendo lo principal.
Me subo a la bici…
No paran de hablar de comida
dios, que hambre tengo.
De repente veo a lo lejos
un bistec con patatas,
con una lechuga que me mira.
Cuando vuelvo en sí
me doy cuenta que babeo
vuelvo a mirar al espejo
pero esta vez, me graban
hasta en video.
Y para finalizar estiro,
lo mejor del entrenamiento,
me tumbo en las esterillas
con una pierna acá y otra a tomar vientos.
Y quien me vaya a levantar,
te juro que le reviento.