Divagaciones

Nubes en el cielo.

El sol ya se esconde,

tiñe el cielo de un intenso color salmón.

Precioso.

Me encuentro sola, sentada

y con la mirada hacia el horizonte.

Cargo mis pulmones de oxígeno,

es aire puro y limpio.

Cierro los ojos…

Me sumerjo en el pasado y me pregunto

¿Es suficiente?

Recorro mi vida,

cada etapa, mis historias.

La infancia hasta los veinte,

llena de sueños, errores, tristezas, amores

el momento de conocerse.

Quizá debí experimentar más,

vivir de otra manera

o quizás no…

A los treinta desarrollas tu potencial,

de tu grandeza y flaquezas eres consciente.

Calmada, serena, focalizas tu atención

en aquello que quieres.

¿Me equivoqué en algunas de mis decisiones?

Alguna que otra aparece en mi mente

¿Tendría que haber seguido más mi corazón?

Puede que si,

pero viví mi vida y no me arrepiento

pues llegué a buen puerto a pesar de la corriente.

Ahora viene los cuarenta,

más tiempo, más perspectiva.

Signos de vejez, el aviso del tranvía

que te lleva sin dudarlo

a otro paraje, más rudo eso si

pero no por ello lleno de umbría.

¿Cómo será mi vida a partir de los cincuenta?

Me cuesta visualizarlo, demasiado lejos.

Tengo miedo.

Miedo de ser resentida,

de echar de menos a mi gente

pero, ¿sabes que?

Que de llegar, me encuentro impaciente.

La pregunta equivocada

Érase una vez una chimpacé muy alegre que le encantaba cantar, dar clases a los más pequeños y le apasionaba viajar entre los árboles para ver mundo nuevo. Ella siempre soñaba con tener un gran amigo con el que poder contar y con el que compartir sus intrépidos viajes. Un día, caminando por el bosque se encontró con un ser que jamás había visto. Estaba recostado entre unas ramas durmiendo con la cabeza echada hacia atrás y la babilla colgando, le pareció enternecedor. De repente, se despertó y ella se asustó, pero decidió acercarse a hablar con él porque le parecía tan curioso que quería saberlo todo acerca de aquel animal.

  • Hola, ¿Qué eres tú?
  • ¿Perdona? – Preguntó aún medio dormido y aturdido.
  • ¿Que qué eres? Nunca había visto un ser como tú – dijo con exaltación y con los ojos bien abiertos.
  • Pues soy un Lémur y me llamo Truan, ¿Y tú, como te llamas?
  • Yo me llamo Ibis, encantada. – Le respondió dándole la mano.

     De esta forma, ambos animales empezaron a entablar conversación que semanas más tarde, se convirtió en una muy bonita relación de amistad. Hablaban de sus costumbres, de los sitios en los que habían estado, de las cosas que les encantaba hacer. Empezaron a compartir muchos momentos: dormían juntos, cantaban juntos, se bañaban juntos, todo lo hacían juntos. Pero había una cosa que a Ibis no le gustaba de Truan y es que dormía demasiado. Ella no podía entender cómo podía dormir tanto cuando el mundo tenía tantísimo que ofrecerle. Para ella, era una perdida de tiempo. Truan le explicó que los Lémures duermen 16 horas al día porque tienen que acumular energía para la noche y poder así, salir a por alimento. Le preguntó si lo entendía y ella contestó que si. Se querían tanto que no importaba nada, sólo que estuvieran uno junto al otro hasta el final de sus días. Ya se apañarían, le dijo ella.

     Pasaron los años, pero a Ibis le molestaba cada vez más el hecho de que Truan no parara de dormir, cuando se iban a bailar se quedaba dormido apoyado en el tambor, mientras hablaban iba cerrando los ojos poco a poco hasta que empezaba a roncar y cuando se bañaban, se quedada “reposando” sobre el flotador hecho de madera. Ella siempre le decía que tenía que aguantar todas esas cosas mientras él no hacía nada por intentar mantenerse despierto, que no hacía ningún esfuerzo. Pero Truan decía que no lo podía evitar, que él lo intentaba con todas sus fuerzas. No quería perderla y por ello, haría lo posible e imposible para cambiar. Así que decidió ponerse palillos en los ojos para no cerrarlos, inventó una serie de artefactos para cuando cerrara los ojos, una hoja de palmera le golpeara en la cara…pero no había manera, Truan seguía durmiéndose. Según se hacían mayores, las peleas se hacían más intensas, los gritos cada vez eran más altos hasta que un día el lémur, cansado de aguantar tantas quejas y chantajes se marchó dejando a la pobre monita llorando. A la mañana siguiente, Ibis fue a comprar al mercado y allí el verdulero le preguntó:

  • ¿Por qué se fue Truan y te ha dejado tan solita?
  • Porque es un egoísta, dice que está cansado de aguantar que le grite, está cansado de intentar cambiar cuando para mí nunca es suficiente.
  • Pero…¿por qué dijo eso?
  • ¡Porque duerme demasiado!¡Duerme 16 horas al día! Yo quería hacer todas las cosas con él, así seríamos felices los dos. Por eso le dije que tenía que intentar cambiar, tenía que intentar dormir menos para pasar más tiempo juntos pero no me hizo caso, no quería que fuésemos felices.
  • Ibis pequeña, ¿no te das cuenta que eso que tú me estas diciendo no es su felicidad si no la tuya? TÚ querías cambiarlo porque TÚ serías feliz haciendo cosas juntos pero, ¿Te has parado a pensar que él es simplemente feliz contigo pasando el tiempo que tiene?
  • ¡Pero no es justo, yo me paso más tiempo sola que él porque se tira todo el tiempo durmiendo! – exclamó enfadada.
  • ¿Sabías que dormía tanto al principio de estar con él?
  • Si. Me dijo que los lémures necesitan dormir mucho – Afirmó cabizbaja.
  • Pues entonces, ¿No te das cuenta que estás intentando que sea algo que no es? Quieres que sea como TÚ quieres. El es diferente a ti y has de aceptarlo y quererlo tal y como es, con sus cosas buenas y sus cosas malas, si no puedes hacer eso debes dejarlo porque entonces tu felicidad y la suya no es la misma.
  • Pero nos queríamos, ¿No es suficiente?
  • Cariño, quererse no es suficiente. Tenéis que querer los mismo y aceptaros el uno al otro.
  • Es que, ¿Por qué no puede ser cómo los demás monos que conozco?No pido demasiado, sólo que no duerma tanto – dijo llorando.
  • Te estás haciendo la pregunta equivocada, ¿Por qué no eres capaz de aceptarlo tal y como es? Es un lémur, de nada sirve comparar.