Han pasado quince años desde que vio por última vez un barco de papel como aquel. Recuerdos. Las manos le tiemblan, no puede evitar llorar. Todavía es capaz de recordar con la misma intensidad los besos, los abrazos y las caricias que encierran cada pliegue, cada doblez. De repente sonríe y cierra los ojos. Fueron tan bonitos aquellos cuatro años que no los hubiera cambiado por nada. Esa paz, la tranquilidad y el amor. Su amor. Coge el barco con temor por lo que pueda desvelar, ¿qué pondrá esta vez? Han pasado muchos años desde que se separaron, la despedida aún le arde en la piel. ¿Cómo se puede querer a alguien tanto y tener que dejarlo? Fueron muchas las circunstancias y fue más tarde, cuando el tiempo se encargó de acallar el reclamo de ambos. Separados a miles de kilómetros… pero ahí estaba de nuevo esa figura de papel. Símbolo de su unión, de lo que fueron y de lo que no llegaron a ser. Lo abre poco a poco entre suspiros y sollozos mientras sus lágrimas empapaban la carta. “Querida amiga, son muchas las cosas que tengo para decirte, para darte. A pesar de la distancia y la lejanía de nuestras vidas, me interesé por saber de ti. Siempre supiste cómo vivir con una sonrisa en la cara a pesar de las adversidades. Eres increíble. Me hubiera gustado haber crecido junto a ti, sin que nada los no impidiera pero no pudo ser. Hoy estoy aquí para decirte que te quiero. Que siempre te quise y que creo que es el momento de retomar nuestra historia y escribir nuestro final”. Cuando levantó la mirada de la carta pudo verlo aparecer, lucía más mayor pero con el mismo porte y seguía igual de atractivo que siempre. Tiró el papel al suelo y antes de besarlo le dijo: Te he estado esperando, capitán.